El apego

Todos nosotros lo sentimos. En mayor o menor grado. Vivimos sujetos por al apego a las cosas, a las personas, a las circunstancias o incluso a nosotros mismos.  Nadie, salvo los seres iluminados, pueden escapar a su influencia. Y esto sólo nos puede llevar a un lugar. Al sufrimiento.

¿Qué es el apego?

Deseo. Aferramiento. Apego. Estos son algunos de los nombres destinados a referirse al ansia incontrolada fruto de la sobrevalorización subjetiva. Lanzaré algunas preguntas  aclaratorias:

¿Tenemos alguna posesión que realmente tenga valor para nosotros? Quizás nuestra casa, nuestros álbumes de fotos, nuestros recuerdos…o ¿Hay alguna persona a nuestro alrededor de la que pensemos que sin ella no podemos ser felices? ¿Qué me decís de vosotros mismos? ¿Hay alguna característica vuestra de la que no sois capaces de renunciar? ¿La belleza? ¿La inteligencia? ¿El carisma o tal vez la juventud? ¿Y en cuanto al proyecto o trabajo? ¿Os aferráis a él cuán político al cargo?

La palabra aferramiento proviene del latín ferrare, que significa, entre otras cosas, agarrar con grilletes. En eso consiste el apego. En el sentimiento de sujeción que experimentamos cuando otorgamos a algo un valor desproporcionado.

El principal motivo es que creemos que las cosas que necesitamos provienen del exterior, sin ser conscientes de que la felicidad, el amor, la seguridad y la identidad sólo pueden desarrollarse y surgir desde el interior. De esta forma, comenzamos a otorgar a ciertas cosas, personas o a nosotros mismos atributos y características sin las cuáles no podemos imaginarnos, desarrollando un ansia incontrolable por conservarlo y conseguirlo. De repente el trabajo se vuelve parte intrínseca de nosotros. O la persona a la que amamos se vuelve la fuente de la felicidad, sin la cual no podemos ser felices. O el dinero se vuelve contra nosotros, deja de ser percibido como lo que es, un medio para un fin, y se convierte en la base principal sobre la que sostener nuestra seguridad.

¿Y qué es lo que pasa cuando perdemos o sentimos que podemos perder aquello que tanto estimamos?

La consecuencia. El sufrimiento.

Cuando ocurre no podemos evitar sentir dolor y sufrimiento. Experimentamos su posible pérdida como si fuera un órgano vital. Algo irreparable. Una calamidad. Nos invade la tristeza, sentimos el desánimo y nuestros días se vuelven oscuros.

Aquello que tanto queríamos, que con tanto esfuerzo habíamos intentado conservar y que era una parte indivisible de nosotros mismos, ha desaparecido. Sentimos el sufrimiento punzante y agudo de la consecuencia del apego.

La solución. Romper los grilletes

En un mundo como el nuestro, donde todo es cambiante y transitorio, muchas de las cosas por las que sentimos apego acabarán por desaparecer. Tarde o temprano, tendremos que renunciar a todo aquello que queremos. Vinimos desnudos y nos iremos desnudos.

Sin embargo, no tenemos por qué conformarnos con una existencia marcada por el sufrimiento del deseo ansioso. El apego surge de una sobrevaloración y deseo de conservación, y, por tanto, al igual que le dimos ese poder, podemos también quitárselo. Es decir, podemos librarnos de la tensión emocional que implica el estar apegado. La clave es aprender a soltar, que consiste en devolver a aquello a lo que estamos fuertemente aferrados su verdadera naturaleza.

“El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”

Soltar significa sentir que lo dejamos ir. Aceptar la efímera realidad e interiorizar que todo es pasajero.

Una de las mejores maneras de conseguirlo es mediante la gratitud desde la aceptación. Dedicar unos pocos minutos al día a agradecer lo que tenemos y lo que somos. Ser conscientes de que es transitorio, nos conduce a mantener una actitud abierta y receptiva a cuanto está por suceder, evitando caer en la trampa psicológica del apego.

Mediante la práctica de la gratitud no conseguiremos evitar el dolor, ya que es inevitable. No podemos impedir que sucedan ciertas cosas. Sin embargo, podremos evitar perpetuar ese dolor en el tiempo (sufrimiento), aceptando las cosas tal y como son. Como siempre han sido. Cambiantes, perecederas y transitorias.

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