Una sociedad adicta a la dopamina. Este sería nuestro resumen social. La comida, la televisión, el alcohol, los videojuegos, el sexo, las drogas, las redes sociales, las apuestas y el juego… somos como drogadictos ansiando la siguiente dosis.
La dopamina es un neurotransmisor del sistema central y corresponde al centro del placer del cerebro. Regula, entre otras diferentes funciones, la motivación y el placer.
Actualmente, no podemos estar sin hacer nada o, mejor dicho, sin la dosis de dopamina. Vivimos expuestos a ella constantemente y nos enfrentamos a un enorme reto, al de la adicción.
Todos conocemos las adicciones comunes. Sabemos que la droga, el tabaco, el juego y el alcohol son peligrosos porque en su placer y disfrute esconden la terrible verdad de la adicción.
Pero, ¿Qué hay de las “otras drogas”? ¿Qué hay de las actividades y productos que sutilmente indican al cerebro que hay que segregar dopamina? De forma incesante el mundo moderno nos ofrece diferentes formas para recibir nuestra dosis. La tecnología, la televisión, las compras, la pornografía… da la sensación de que tenemos una imperiosa necesidad de ellas.
La vida se torna insoportable
No sabemos vivir sólo con nuestra presencia. Vamos buscando qué hacer y no aprendemos simplemente a estar, porque no nos gusta. Nos sentimos incómodos con nosotros mismos. Sólo deseamos liberarnos de la angustia de nuestra existencia para no cuestionarla. Rechazamos y evitamos lo negativo, que sólo trae consigo tormento. Preferimos lo superficial, lo rápido y lo fácil. Aunque su efecto sea momentáneo y luego haya que buscar nuevas formas de entretenimiento. Necesitamos quemar el tiempo, pues sólo así evitamos tener que escucharnos.
Las consecuencias de la dopamina
Sin embargo, ¿Qué hay de su alto coste? ¿Dónde queda el acto de pensar, como parte del proceso creativo y reflexivo? Como consecuencia, caminamos por la vida sin saber quiénes somos, qué es lo que queremos, qué nos hace felices, y qué sentido tiene nuestra vida y lo que hacemos. Entonces llega un momento en que ya no podemos evitar escuchar los gritos de nuestro interior. Y padecemos de ansiedad, de estrés, de frustración, de depresión…
Para colmo, la sociedad no ayuda. Para olvidar el tormento diario se ha limitado a elaborar un extenso catálogo de mecanismos de evasión, aportando su correspondiente dosis de dopamina. Ha creado diferentes y variadas formas de mantenernos distraídos. Y cada vez pedimos más y más. Hoy en día estamos tan sobre-estimulados que la demanda social de la dopamina no ha hecho sino crecer vertiginosamente. No hay más que observar el ansia con el que miramos nuestras redes sociales para ver cuántos likes o cuántas notificaciones de WhatsApp tenemos. No hay más que fijarse en el contenido televisivo, donde programas, series o películas están repletas de escenas violentas o sexuales. Sólo tenemos que ver el aumento de nuestro afán por comprar o cómo el consumo de comida basura ha crecido en los últimos años. Todos, incluido por supuesto un servidor, somos esclavos de la dopamina.

Para solucionarlo, para contrarrestar la adicción social, han empezado a surgir movimientos que promueven el ayuno de la dopamina.
¿Qué es el ayuno de la dopamina?
Consiste en interrumpir la sobre-estimulación para conseguir “desintoxicar al cuerpo”. Es decir, llevar una dieta que nos aleje de todo aquello que nos provoca el ansia. Algunas de las medidas más populares son renunciar al alcohol, desconectar el móvil, sólo comprar lo necesario o desinstalar videojuegos.
De esta forma, aprenderemos a conectar y a estar con nosotros mismos. A escucharnos y a tenernos en cuenta.
Poco a poco, sentiremos esa paz y tranquilidad que, sin saberlo, tanto estamos demandando.
Mecanismos de evasión
- Los videojuegos.
- El fanatismo y los eventos deportivos.
- Las apuestas y el juego.
- Televisión.
- La comida.
- Las redes sociales.
- Drogas, tabaco, alcohol.
- El consumismo. Las compras.
- Químicos como las pastillas benzodiacepinas. Se utilizan para tratar la ansiedad, el estrés, el insomnio, el trastorno obsesivo compulsivo…

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